Las sandalias del pescador
El pescador es un hombre. Ser hombre significa ser varón, pertenecer a un género del ser humano que no es el femenino, disponer de atributos masculinos. El pescador tiene nombre, un nombre propio, oficial, que no fue de su elección, y quizá también tiene otros nombres, sobrenombres, menos oficiales, en los que tal vez sí participó, por acción u omisión. Uno de sus nombres menos oficiales o más evidentes o más genéricos y menos sombríos es el de pescador. En Pipa hay muchos pescadores, él solo es uno de ellos. Hay o había muchos. Había muchísimos, hoy quizá no haya más que algunos. Pipa es donde ellos pescan.
El pescador no está casado, no tiene hijos, no tiene hermanos, apenas tiene historias. Su vida es la expresión de los modos ejemplares de producción: despierta antes que la mañana, a una hora en la que toda variación se explica por ser anterior al amanecer. El tiempo que dedica a su aseo personal varía en función de la fisiología: a mayor solidez de los desechos, menor brevedad. No se cepilla los dientes, pero podría lavarlos uno a uno. Desayuna fruta y castañas de cajú mientras camina en dirección al embarcadero, arrinconado en la playa por las barracas y las sombrillas al alza. Al alba los rótulos luminosos de las tiendas y restaurantes están apagados, las persianas metálicas bajadas, los hoteles tranquilos, en la calle no hay nadie. Un bañador configura toda su vestimenta. Nunca se calza. El pescador no entiende el calzado: cubrir los pies le resulta un absurdo. El cuerpo ya está preparado para caminar. Sin embargo le encantan las sandalias. También le resulta absurdo cubrir el cuerpo, pero todavía no ha pensado en ello. Se adapta al pudor porque el pescador no quiere llamar la atención. Sobre estas cosas no habla, apenas reflexiona, sobreentiende que él es parte de un sistema y que hay reglas. Sus aficiones son el fútbol y el ruido. El fútbol le permite ser parte de un grupo, el ruido combate la soledad. Sus amigos aficionados al fútbol y al ruido se calzan y le interpelan para que él también lo haga, él alude a cuestiones dinerarias porque le parece un argumento poderosísimo.
Su bote no es suyo, es de su padre, al igual que su casa tampoco es suya. En la casa de su padre y en el bote de su padre hay espacio para uno. Su padre está muerto, pero sigue siendo el dueño de la casa y del bote, él fue quien los pagó. Durante el día pesca, de cabo a cabo. Su pesca es como él, tradicional. Sus redes son atávicas, un mapa de costurones y lesiones y hermosas fugas e historias inconclusas de lucha y supervivencia. Recorre la costa, sobre la que ahora se distinguen los hoteles de baja altura. Él desconoce que esa costa podría ser peor (luces de neón, cúpulas, pirámides, terrazas hacinadas con barrigas embadurnadas de bronceador, la Torre Eiffel, rascacielos, turistas hambrientos de servidumbre y dictadura). Recoge el pescado azul de las redes, lo guarda en la cesta, cuenta los ejemplares. El día no ha ido bien, el beneficio consistirá en poder comer. Incluso a él le parece ofensivo que un día malo sea un día de comida. Entre las caballas se cuelan dos sandalias, una pequeña y otra grande, una es verde y la otra es amarilla, una es de plástico y la otra también es de plástico. El día mejora de pronto. La sandalia es el objeto del otro mundo que más le maravilla. Sus convecinos también las usan, eso le desconcierta y expresa una distancia. Siempre que pueden le recuerdan que camina descalzo.
Llega a casa después de la puesta de sol, una construcción de ladrillos disímiles de una sola planta. Fuera del habitáculo hay una pequeña terraza en la que un alero dibuja una sombra durante el día. No tiene baño, pero de un vértice cuelga una manguera que extrae agua de un pozo. No tiene cocina, pero dispone de un hornillo que funciona con bombona de gas propano. Y además hay maderos para leña por todas partes y él sabe hacer fuego.
Es la hora de dormir, pero antes de tumbarse en la hamaca coloca la pareja de sandalias junto a todas las demás, en una hilera contra la pared. La hilera es una montonera cuya identidad consiste en la cantidad, la acumulación, el desorden. Él no lo sabe, pero con ambas tiene ya 314 sandalias. Todas vinieron del mar, todas cayeron en sus redes. Le fascina la diversidad de colores, los tamaños, los distintos materiales. Sin embargo nunca ha pensado en las personas que las llevaron, aquellas que las perdieron: de todos los colores, de todos los tamaños, de todos los materiales. En la terraza de su casa se recuerdan todas las personas que el pescador salvó del mar, pero tampoco lo sabe. Él sabe que debe pensar en los peces de la mañana, y si cae otra sandalia deberá mantener su satisfacción en secreto, porque tampoco sabe en qué consiste su misterio.