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David Aller
Los jóvenes enamorados se reunieron sobre el precipicio. Se abrazaron, por última vez. Se querían demasiado, y sufrían. La eternidad los remansaría. Entonces se miraron, final y comienzo, y se dijeron: «Siempre juntos». Se cogieron de la mano y los pies emprendieron el vuelo. Una ola golpeó contra la roca, y otra, y otra más, y todavía hoy, años después, se oyen aquellos ecos, cuando el joven enamorado, que ahora es adulto, padre y marido, acude al cementerio y, de rodillas ante la tumba de su primer amor, se lo explica todo de nuevo.