Reglas
David Aller
Un hombre acudió presuroso cuando una señora cayó al suelo tras tropezar con un escalón. Primero la miró, preocupado. Luego empezó a gritar, con desasosiego. Tras recuperar el aliento hizo una pausa y soltó una patada, furioso. Repartió más patadas. Cogió una escoba y la usó como un punzón. No paró de arremeter y gritar. La señora se arrastró penosamente por el suelo mojado, que se secó gracias a su abrigo de lana. Una gota roja pendía de su mentón ambarino. El hombre comprobó que el suelo estaba seco. Sin agacharse. La gota de sangre cayó sobre la manga del abrigo. Entonces el hombre cogió el cartel que ponía «no pisar, suelo mojado», lo plegó, negó con la cabeza y se fue.
