Isaac
Vi mucha gente despintada en la puerta del edificio, vi un coche espantoso en la puerta del garaje, de largo fondo y maletero tendido por mortaja, vi una instalación mortuoria higienizada y pasada a escrúpulo: un espanto de procedimientos. Muchos de los que allí se penaban y hacían círculos de dolor para compartirlo y comentarlo en voz baja estuvieron, seguramente, en nuestra boda, en el instituto, en el colegio, en la guardería, y a mí apenas unos pocos me sonaban pero todos me miraban. Esas caras eran otras, no las que yo conocí. Pasé entre ellos, caminé percibiéndolos a un lado y otro, los círculos se abrieron y los ojos, exhaustivos, me examinaron. Tal vez la mancha, tal vez la camisa arrugada, tal vez la curiosidad, el morbo. Nadie se me acercó, nadie movió un pie, nadie hizo otra cosa que observar. Los gestos, en general, me causaron tormento. Todos señalaban. No eran facciones agostadas por el dolor, por la injusticia y la tribulación de lo fortuito, que se lleva a alguien preciado por un imprevisto del gas. Una mala maniobra de un elemento tan común como peligroso. No, ellos estaban cubiertos de sospechas, y miraban con culpa, inquirían y contenían la rabia. Me desconcertaron aquellas actitudes de los espectadores, reunidos de puertas afuera, presentes desde primera hora, caídos de rodillas a la amistad. Entré en el edificio, di pasos lentos, inestables y trémulos, procurando disimular el conflicto de mi pierna más enferma, y llegué hasta la puerta de la sala donde Leticia permanecía, guardada en un mueble con cierre de llave, tapa abatible y bisagras. Me chocó, de súbito, su hermana Nuria, la restante y mayor. «Nos la ha matado, Isaac», se dolió, penetrante, sobre el umbral de la sala, desde el que podía ver a su familia serena y hundida, cogidas las manos de cada uno por las propias manos de cada uno, y sentados en los amplios sillones mirando al frente, donde un escaparate comunicaba los ojos de sus deudos vivos con la caja, reflejada en las gafas de sol del padre de Leticia. Entonces comprendí, como un zoquete, que nadie emplea estufas de gas butano un caluroso martes de junio.