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El erasmismo en España

David Aller

Sin menoscabo de otras muchas consideraciones, el siglo XVI pasa por ser uno de los períodos más convulsos y productivos de la historia, también en lo que afecta a la historia literaria. Al esplendor de las letras renacentistas contribuyó el humanismo con una preciosa variedad de representantes y agitadores, entre cuyas banderas descuella la de Desiderio Erasmo de Rotterdam, figura decisiva en la restitución del saber basado en la Antigüedad y en la lucha contra la tiranía estamental. De este enfrentamiento debía derivarse que el hombre dependiese de sí mismo, de sus aptitudes y de su educación. Pese a la nobleza de la pretensión, el cambio de rumbo desde las escuelas medievales no se hizo de manera democrática: el acceso a la enseñanza seguía restringido a las élites y esta segregación perfilaba un estatus social, perpetuándose una forma de oligarquía. Los humanistas desempañaban funciones públicas y privadas, de la mano de la naciente burguesía urbana, y transformaban el mundo: el erudito conocimiento en latín fue abriendo paso a las lenguas romances, con el fin de llegar al mayor número de lectores. El humanismo erasmista consistió, principalmente, en una literatura útil que contribuyó al progreso y al perfeccionamiento del hombre, de nuevo situado en el centro de sus preocupaciones e inquietudes.

Las obras de Erasmo presentan, cinco siglos después, una vigencia admirable: su obra cumbre, El elogio de la locura, pasa por ser un texto satírico que evalúa el estado miserable del clero y de las letras. El recurso empleado consiste en que sea la Locura quien imponga su voz para elogiar unas costumbres que en realidad son objeto de la más acerada crítica. También tuvieron largo recorrido e influencia los Adagia, un conjunto de refranes y cuentecillos de origen latino, y los Familiarum collaquiarum, diálogos de propósito didáctico y divulgador. Estas obras se convirtieron en una revolución, en un referente ideológico y estético de hondas repercusiones. Entre ellas, y aunque no fuesen privativas del erasmismo, las reformas religiosas de Lutero y Calvino. En España, si bien tropezó con la rigidez de las estructuras católicas que censuraron su obra, la influencia erasmista se desarrolló en la misma ideología religiosa, en los géneros y en los temas literarios. En lo religioso, Erasmo fue un autor tan sospechoso e incómodo como deseado: todos lo buscaban y querían en su bando, todos ansiaban su autoridad intelectual. La cobertura ideológica de Erasmo se conformaba como un bien incomparable, un argumento definitivo en las guerras de religión. Sin embargo, sus prioridades eran otras: construir un cristianismo que rechazase la religiosidad exterior, las ceremonias, la pompa, que se encontrase a sí mismo en el espíritu. Rápidamente, se convirtió en un azote del clero, de sus corrupciones y de las malas costumbres. Su discurso crítico animó a los reformadores del XVI y puso en tela de juicio el compromiso de Erasmo con la Iglesia. Pero él no era un político como Lutero: era un hombre preocupado por las lecturas que defendía que el conocimiento y la Biblia debían estar al alcance de todos los cristianos.

Erasmo fue un verdadero humanista, un referente de un movimiento al que contribuyó, pero que no creó de la nada. Su influencia en el seiscientos español habría sido muy diferente si el humanismo, en particular el de procedencia italiana, no estuviese ya asentado en nuestro territorio. Las corrientes eruditas que penetraron en España coincidían con Erasmo en censurar la literatura lúdica, de distracción, porque la literatura debía servir a un propósito mayor. Además de atractiva y estética debía ser útil, lo que dio lugar a la llamada prosa didáctica. Algunas de las características de esta literatura ensayística son el propósito divulgativo, el uso del romance, la variedad de contenidos, la intención de formar al lector, el uso de un lenguaje natural, sin afectaciones, o el propósito de resultar amena. También supone una reivindicación de lo popular, de los cuentos, de los refranes y de las fábulas. Estos rasgos se materializan en diferentes géneros, como las epístolas, los coloquios y los diálogos, que fueron la modalidad que mejor servicio prestó al cometido pedagógico del humanismo. Sus virtudes para la educación resultaban notables. Asimismo, no fue un invento renacentista, sino una adaptación a partir de los modelos importados de la Antigüedad: el diálogo platónico, el ciceroniano y el lucianesco. La influencia de Cicerón y Luciano fue enorme: el primero, en manos de San Agustín, el segundo, en las de Erasmo. En España se produjo un cierto hibridismo en la ascendencia de la cultura de la Antigüedad, desarrollándose un género amplio que bifurcó de dos maneras: por un lado, encontramos los diálogos de elaboración literaria; por otro, los que declinan la función estética y se centran en el mero didactismo. Los primeros pueden definirse como la simulación en estilo directo de una conversación entre al menos dos interlocutores, precedida de una introducción que marca el contexto y las pertinentes explicaciones. Predominan los espacios naturales idealizados, pastorales, y la acción transcurre durante un solo día, aunque estos rasgos tampoco son rígidos ni especialmente relevantes. No existen limitaciones para establecer la naturaleza o condición de los interlocutores, pero sí se impone que uno de ellos, al menos, sea depositario del conocimiento suficiente para establecer el diálogo. Este ejercerá de maestro y su caracterización variará en función del tema y del propósito. Encontramos hombres, mujeres, jóvenes y adultos, pastores y doctos, etc. Todos disponen de tiempo para entregarse a la conversación y lo hacen como cooperantes: los participantes tienen interés en adquirir conocimiento y resolver dudas, encontrar la verdad. El diálogo se construye en torno al propósito de argumentar sobre alguna materia. El autor procede con libertad pero con la responsabilidad de establecer un desarrollo lógico para el que dispone de elementos retóricos que aporten persuasión y, especialmente, auctoritas. Los temas intentan cubrir toda la dimensión de la época: sátira de costumbres, castrense, modelos de comportamiento, caza, escritura, lengua, astronomía, religión, etc. La prosa renacentista del humanismo se separa de la rigidez escolástica, entre otras novedades, mediante la dimensión didáctica a la que contribuyen los diálogos y coloquios, género que alcanzará, junto al epistolar, el mayor esplendor durante el Renacimiento. El origen de este género se remonta a la Antigüedad, a autores como Platón y Cicerón, y ya había sido ensayado durante la tardía época medieval por el Marqués de Santillana. A través del diálogo se simula una dialéctica entre dos o más personajes.

Esta prosa del XVI se convierte en el vehículo del erasmismo, corriente espiritual y literaria que resultaría decisiva durante el Renacimiento. Los hermanos Valdés son los máximos representantes del erasmismo en España. El perfil de Alfonso de Valdés es típicamente humanista: hombre curioso y autodidacta, afín a los iluminados de influencia erasmista, nace en Cuenca y desde joven forma parte de la corte, en la que encontró su lugar al amparo de Carlos I. Desempeñó la labor de latinista oficial y secretario del emperador y fue una de las personas más influyentes de la época. Su obra más importante es el Diálogo de lactancia y un arcediano, también conocida como De las cosas ocurridas en Roma, obra en la que el autor narra el famoso saco de Roma de 1527, justificando la actuación del emperador, que es un hombre providencial que solo pretende castigar la relajación en las costumbres y las corruptelas del papado. El diálogo tiene lugar entre Lactancio, la figura del autor, y un arcediano que llega a Valladolid y le cuenta a Lactancio los horrores cometidos por las tropas imperiales. El primero responde recurriendo a ideas erasmistas: el poder temporal del Pontificado y su nefasta corrupción, que exigen un castigo divino. El emperador es un mero instrumento divino. La narración tiene dos partes: en la primera predomina la descripción, el ambiente tremendista, la magnitud del saqueo. La segunda parte es más bien doctrinal. El texto fue incluido en el Index librorum prohibitorum de 1547.

Otra obra significativa es el Diálogo de Mercurio y Carón, de tema político con intenciones satíricas: la rivalidad entre el emperador y los reyes de Francia e Inglaterra. El autor e interlocutor ve en el emperador Carlos el ideal del rey cristiano, justo y magno. Este diálogo se caracteriza por el erasmismo, por la mitología, por los temas históricos. Estilísticamente recurre a la alegoría y crea un ambiente de ultratumba. En la primera parte, el autor señala a Luciano y a Erasmo como fuentes de inspiración y sitúa el diálogo entre el barquero Carón y Mercurio, dios protector de los caminantes. La crítica a una religiosidad externa se hace notable, al condenar al infierno a varias almas (un obispo, un cardenal, una monja...) que no han seguido el ideal cristiano de vida interior. En la segunda parte cambia el escenario: la laguna Estigia queda atrás y los personajes se caracterizan con atributos positivos. Un obispo, un cardenal, un predicador y un fraile (sospechosos respecto a la ortodoxia) dialogan de manera viva y expresiva, haciendo de esta obra uno de los mejores ejemplos de prosa renacentista, hasta el punto de que fue incluida en el Índice, tras haber sido ya censurada en 1531.

En el caso de Juan de Valdés tampoco se ha podido confirmar demasiado sobre sus orígenes, pero sí sabemos que estudió en la Universidad de Alcalá (centro de referencia de las lenguas bíblicas y uno de los principales focos de erasmismo en España). Valdés se vio obligado a dejar España por el contenido de su primera obra, El diálogo de la doctrina cristiana, y si bien se libró de una condena por parte de la Inquisición, su orientación erasmista es manifiesta. En el exilio italiano se rodea de élites intelectuales y aristocráticas que marcan su orientación ideológica, primero en Roma y luego en Nápoles, ciudad en la que se integra en un círculo pietista al que dedica obras de orientación religiosa, en su mayoría condenadas por la Inquisición. Al margen de estos diálogos de carga religiosa e histórica, también en Nápoles escribe la obra de mayor interés filológico, el Diálogo de la lengua, que seguramente utilizó para la enseñanza de español a sus discípulos. La estructura consiste en un diálogo entre tres personajes y el propio Valdés, que defienden diferentes posiciones respecto al castellano: orígenes, gramática, ortografía, léxico, estilo, etc. Este tipo de trabajos renacentistas tienen una clara intención didáctica. En ellos se apuesta por enaltecer la lengua vulgar, en un contexto en el que muchos intelectuales hacen sus aportaciones; la escritura es sobria y sencilla, se escribe como se habla, sin afectaciones. La obra tiene además el valor de representar un documento histórico sobre el estado de la lengua en el primer tercio del XVI, época de gran inestabilidad en la que se reajustó el sistema fonológico. Valdés se acoge a la norma toledana y cortesana, en la que ya se había alcanzado la pérdida de la f- inicial mediante la aspiración, pero en la que todavía se mantenían las cuatro sibilantes con sus respectivas oposiciones. Como podemos ver, las propiedades del erasmismo enlazan con las de otras corrientes posteriores, en especial las neoclásicas. Entremedias, el Barroco alumbrará el espíritu de quienes huirán de la sencillez para abrazar una manera de definirse.

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