El estructuralismo
Sin menoscabo de otras consideraciones y valoraciones críticas, nuestra posición surge de la convicción de que el estructuralismo ha sido el método científico de mayor repercusión en la historia de la lingüística y de las ciencias sociales y culturales, y que este impacto puede explicarse tanto por las consecuencias científicas que propició como por la formidable productividad de sus métodos y técnicas. También, por supuesto, por la descollante figura de su ideólogo, Ferdinand de Saussure,[1] todavía vigente cien años después de su muerte. Hablar de estructuralismo conlleva, en un primer acercamiento, su contextualización y definición: como sabemos, eclosiona a principios del siglo xx y su desarrollo como estrategia científica multidisciplinar y semiótica resulta imparable. Entre sus influencias no debe desdeñarse la labor previa de los neogramáticos, cuya «búsqueda sistemática de regularidades léxicas, fonéticas[2] y gramaticales entre lenguas indoeuropeas los llevó a reconstruir una lengua hipotética, el protoindoeuropeo, que habría dado origen a las lenguas indoeuropeas» (Mairal et al. 2018: 9), ni tampoco la del pensamiento de Wilhelm von Humboldt, que, recordemos, es responsable del concepto moderno de forma (Malmberg 1974: 27) y, verbigracia, tituló Sobre la diversidad de estructura de las lenguas de la humanidad una de sus últimas obras.[3] Como hemos venido viendo, las escuelas alemanas decimonónicas se obstinaron en los casos concretos y se alejaron del panorama general de las lenguas. La tendencia al atomismo, propia del positivismo dominante tras el Romanticismo, será rectificada por la nueva lingüística estructuralista, cuyo principio es que «todo comportamiento o exteriorización humanos no pueden ser considerados como fenómenos esporádicos aislados, sino como algo emanado de un fondo unitario, coherente y sistemático, de una naturaleza, de una estructura» (Collado 1973: 127). En otras palabras, el estructuralismo cree que los objetos de estudio relativos al ser humano conforman sistemas cuyo funcionamiento podemos conocer. Las lenguas son sistemas de signos y todos los estudios propiamente estructuralistas se ocupan de describir esos sistemas (cfr. Coseriu 1981: 129-185). Se desvanece el interés por los casos específicos y aislados[4] y se empieza a vislumbrar el conjunto, las relaciones establecidas de modo global y los significados asignados a esas formas, a esas funciones.[5] La nueva concepción parte de una percepción holística, de la certeza de que nada está aislado.
Aunque resulte controvertido, también defendemos que el estructuralismo no es un paradigma, sino una metodología –o, lo que es lo mismo, una manera de trabajar que surge como consecuencia del establecimiento de una ciencia nueva–[6] que, además de no ser privativa de la lingüística,[7] casi parece ser en todos los casos una redundancia (cfr. Alarcos 1977). Bajo el toldo estructuralista se identifican todas las orientaciones lingüísticas que definen la lengua como una abstracción y como un sistema basado en relaciones y que la describen a partir de esas relaciones. Lo capital del estructuralismo es que parte de la consideración del signo[8] –es, por tanto, una semiótica– como entidad esencial del lenguaje, la sociedad y la cultura. La orientación estructuralista más clásica[9] opera teóricamente con el concepto de inmanencia y recurre a métodos analíticos que permiten desengranar los elementos constituyentes de ese complejo sistema y su funcionamiento. Que la lengua sea vista como una estructura, como un sistema formado por partes que se conectan y entre las que se dan relaciones, no es exclusivo del estructuralismo. Ya fue visualizada o interpretada como una especie de máquina[10] antes de los desarrollos semióticos de Charles Sanders Peirce y de Ferdinand de Saussure. En particular, fue a partir del profesor ginebrino cuando la lingüística empezó a asimilar que la prioridad estaba en comprender y describir el sistema abstracto que rige las producciones de los hablantes. Saussure formulará su definición del signo lingüístico[11] y establecerá una serie de dicotomías que permitirán indagar en el verdadero funcionamiento del lenguaje. Lengua y habla, sincronía y diacronía, relaciones sintagmáticas y asociativas y significado y significante son las cuatro estaciones clave del Cours. El corolario principal, la consecuencia de su teoría, es que la lengua es un sistema de oposiciones en la que cada signo se caracteriza y significa por oposición a los demás. Esto es lo que le otorga su función: por lo tanto, la descripción parte de valores negativos. Saussure ha ejercido la mayor influencia conocida en la ciencia del lenguaje, hasta el punto de que sus tesis no solo fueron el pistoletazo de salida de la lingüística moderna, sino que la vigencia de sus postulados sigue siendo asombrosa. Fue, además, una acción póstuma: el inmenso efecto de su trabajo se desencadenó cuando ya había fallecido. Valga como referencia la escuela de Ginebra, con miembros tan notables como Charles Bally –se dedicó principalmente al estudio de la estilística–, Albert Sèchehaye –estudió la oposición entre langue y parole– o Henri Frei –uno de los primeros promotores de los estudios funcionales–. Establecido el signo como entidad fundamental, dio comienzo una vertiginosa actividad académica: consolidada Ginebra, la primera parada será Praga.
Ninguna ciencia humana vivió una revolución tan vertiginosa como la de la ciencia lingüística, que «entre todas las ciencias contemporáneas (humanas) es la que más rápidamente ha alcanzado un estatuto científico riguroso partiendo de una situación de empirismo elemental» (Círculo Lingüístico de Praga 1929: 12). Esta sentencia está incluida en las nueve tesis publicadas en 1929[12] por el conjunto de autores conocidos como Círculo Lingüístico de Praga, que además de constituir el eje programático del círculo es también su manifiesto fundacional. La actividad del grupo ha quedado muy vinculada a los autores que impulsaron la redacción de las tesis, algunos procedentes del Círculo Lingüístico de Moscú:[13] Roman Jakobson, Nicolai Trubetzkoy y Serge Karcevski. Los tres convocaron el primer congreso internacional de fonología en 1928, en la Haya, donde presentaron las famosas tesis,[14] pero fueron lingüistas checos como Vilhelm Mathesius quienes fundaron el círculo en octubre de 1926, tras una conferencia informal sobre la uniformidad sintáctica. La labor del grupo fue muy amplia, tanto en el estudio de la lengua como en el de la literatura: sin ánimo de reducir esta actividad a unas pocas líneas, cabe subrayar la primera tesis, de especial relevancia para nuestros propósitos dado que señala que «la lengua ha de concebirse como un sistema funcional que posee, como cualquier otra manifestación, un carácter de finalidad,[15] es decir, que los medios empleados por ella lo son con miras a un fin» (Fontaine 1980: 24). También consideramos relevante el segundo apartado de esa primera tesis, en el que queda fijado que el descriptivismo o estudio sincrónico de la lengua no puede hacerse sin considerar el eje diacrónico (Círculo Lingüístico de Praga 1929: 16):
La mejor forma de conocer la esencia y el carácter de una lengua es el análisis sincrónico de los hechos actuales, únicos que ofrecen materiales completos y de los que se puede tener experiencia directa. […] La concepción de la lengua como sistema funcional permite abordar, igualmente, el estudio de las lenguas pasadas, tanto si se trata de reconstruirlas como de constatar su evolución. No se pueden poner barreras infranqueables entre los métodos sincrónico y diacrónico, tal como hace la escuela de Ginebra. Si, desde el horizonte de la lingüística sincrónica, enfocamos los elementos del sistema lingüístico desde el punto de vista de sus funciones, no podremos evaluar las alteraciones sufridas por la lengua sin dar cuenta del sistema que por ellas está afectado. No sería, pues, lógico suponer que los cambios lingüísticos son alteraciones destructivas casuales y heterogéneas en la perspectiva del sistema. Los cambios lingüísticos apuntan frecuentemente al sistema, su estabilización, su reconstrucción, etc. Por consiguiente, el estudio diacrónico no solo no excluye las nociones de sistema y función, sino que, por el contrario, es incompleto si no se tienen en cuenta. Por otro lado, la descripción sincrónica no puede excluir absolutamente la noción de evolución, porque incluso en un sector considerado sincrónicamente existe la conciencia del estadio en vías de desaparición, del estadio presente y del que se está formando.
Estas líneas marcan un antes y un después en la historia de la lingüística: la lengua ya es, como material, un sistema funcional vivo. Además, las tesis dibujan la casilla de salida en los estudios fonológicos y, particularmente, en los informativos. Estos últimos, desarrollados por Vilém Matesius, son los más interesantes, dado que, como veremos en el apartado 6, la consideración de la pragmática pasa por ser uno de los requisitos de toda orientación funcionalista (cfr. Rojo 1994: 12): cualquier teoría lingüística que considere la comunicación, el uso y el factor social como elementos determinantes de la función del lenguaje tendrá en el legado praguense un hito de inexcusable seguimiento. Hablar de Praga es hacerlo también de André Martinet, profesor colaborador del grupo y fundador del estructuralismo funcional. Martinet, como Jakobson, estableció una especie de puente entre los estudios que se daban en Norteamérica y los europeos, en particular entre Charles Hockett y sus compañeros checos. Además de sus estudios de fonología histórica, cabe atribuirle aportes sustanciales de lingüística general, como el principio de doble articulación.[16] Esto es lo que permite construir, con un repertorio limitado de elementos, infinitos mensajes.
Finalmente, el otro gran foco de estudios estructuralistas en Europa se produce en Copenhague, ciudad en la que se formó en 1931 el círculo lingüístico del que Louis Hjelmslev fue gran animador y representante. Dado que estudiar la glosemática escapa de los límites de este artículo, ofreceremos unas breves notas sobre la evolución semiótica que devino en el modelo estructuralista más completo y complejo de los que surgieron a partir del Cours. Si bien no debemos reducir este estructuralismo a la glosemática,[17] sí debemos considerarla su principal aportación, por ser una teoría completamente nueva y minuciosamente formal que procuraba «dejar de interpretar la lengua como un conjunto de fenómenos no lingüísticos» (Cerny 1998: 177). Hjelmslev parte del sistema de signos saussureano y describe la lengua como una forma y no como una sustancia. Difiere del sentido más puro del Cours por cuanto considera que «solo es lengua la forma pura» (Coseriu 1981: 141) y rechaza, como se daba en Praga, que la lengua fuese todo lo social. Esta concepción escrupulosamente formal y el altísimo grado de abstracción motivaron las críticas más duras: la glosemática consiste en «una estimación exagerada de las relaciones en perjuicio de las unidades» (Cerny 1998: 177). Lo que presenta sustancia es uso, realización, parole. La dicotomía saussureana del signo lingüístico[18] la desarrolla y amplía Hjelmslev: considera que el signo lingüístico está formado por tres niveles –sustancia, forma y materia– y asimila significante a expresión y significado a contenido. Defiende que en ambos planos, el de la expresión y el del contenido, operan tanto la forma como la sustancia.[19] La división en dos queda ampliada a cuatro. La glosemática pasa por ser una impecable teoría semiótica de descripción lingüística que, no obstante, no ha tenido especial impacto fuera de Dinamarca (Coseriu 1981: 141).[20]
Una última consideración sobre la operatividad estructuralista: como se ha podido colegir tras lo expuesto, son dos los procesos clave inherentes al estructuralismo: el análisis y la síntesis. Esta metodología analiza la lengua en constituyentes y los hablantes, al producir mensajes, generan una síntesis de esos constituyentes. Asimismo, y como epílogo de esta breve descripción, resulta pertinente subrayar que no debe asimilarse estructuralismo a funcionalismo,[21] por mucho que el primero sea un método que haya devenido en una concepción teórica de corte funcional (cfr. Coseriu 1981). El funcionalismo, como veremos en los siguientes apartados, es teleológico y se explica a partir de la finalidad y no por las propiedades del instrumento.
[1] Según Coseriu, solo las escuelas de Ginebra, Praga y Copenhague son deudoras absolutas de Saussure: las de Moscú y Londres, en Europa, y las dos de Norteamérica, identificadas con Bloomfield y Sapir, surgen con independencia de las dicotomías del maestro suizo (1981: 130).
[2] Téngase en cuenta que los neogramáticos defendían que las leyes y los cambios fonéticos no tenían excepciones; esto significa que «si un determinado sonido, en cierto contexto, sufría un cambio en un tiempo dado, dicho cambio tenía necesariamente que ocurrir en todas las demás palabras en que el sonido en cuestión apareciese en aquel contexto particular» (Malmberg 1974: 13).
[3] Sobre el aparente carácter antisemiótico de Humboldt, escribe Carmen Galán: «Estas ideas sobre el signo han sido ignoradas mucho tiempo, aunque las propiedades que Humboldt le atribuye coinciden en gran parte con las de Saussure. […] La diferencia entre Humboldt y Saussure reside en sus apreciaciones sobre la iconicidad y la arbitrariedad: mientras Humboldt considera ambas, Saussure solo tiene en cuenta lo arbitrario, pues supone que un lenguaje totalmente arbitrario sería el signo por excelencia» (1994: 174).
[4] La atención a los detalles aislados promovió el fenómeno conocido como atomismo, término acuñado por Trubetzkoy (Collado 1973: 128).
[5] Esto, no cabe duda, es la razón de que se asimile estructuralismo a funcionalismo.
[6] Resultan pertinentes las palabras de Kuhn con respecto al proceso en el que un paradigma se transforma en una herramienta: «¿Qué es lo que diferencia a la ciencia normal de la ciencia en estado de crisis? Seguramente, no el hecho de que la primera no se enfrente a ejemplos en contrario. A la inversa, lo que hemos llamado con anterioridad los enigmas que constituyen la ciencia normal, existen solo debido a que ningún paradigma que proporcione una base para la investigación científica resuelve completamente todos sus problemas. En los pocos casos en que parecen haberlo hecho, pronto han dejado de constituir problemáticas para la investigación y se han convertido en instrumentos para el trabajo práctico» (1962: 131). Visto esto, el estructuralismo pudo ser un paradigma al comienzo de sus investigaciones y pronto quedar como una herramienta al servicio de otros paradigmas. Escribe Kuhn, en la página siguiente: «Creo que hay solamente dos alternativas: o ninguna teoría científica enfrenta nunca un ejemplo en contrario, o todas las teorías se ven en todo tiempo confrontadas con ejemplos en contrario» (1962: 131).
[7] Los logros estructuralistas también revolucionaron las ciencias sociales (vid. Harris 1979).
[8] Ya la gramática especulativa del xiii contempló el signo lingüístico en los siguientes términos: «La diferencia entre vox, sonido, y dictio, palabra, tratada por Prisciano y que de hecho se remonta a los estoicos, es expresada por Michel de Marbaís (siglo xiii) de esta manera: “Una palabra incluye en sí misma su sonido como si fuera su materia y su significado como su forma”» (Robins 2000: 122).
[9] La glosemática de la Escuela de Copenhague es el ejemplo paradigmático de lo que significa aplicar coherentemente el principio de inmanencia, esto es, que toda explicación posible sobre el fenómeno lingüístico se halla en el interior de ese propio sistema: no es necesario acudir al exterior para obtener respuestas. La semiología del arte de la Escuela de Praga, por ejemplo, parte en una primera fase de una concepción inmanentista, herencia del formalismo ruso, para irse abriendo pragmáticamente a la sociedad a medida que la comunicación y el contexto se van conformando como signos operativos.
[10] El mecanicismo es consecuencia de los descubrimientos fonéticos, por la asombrosa sistematicidad y regularidad de sus relaciones. Sobre la cuestión, escribe Malmberg: «El cuerpo histórico-comparativo de la teoría lingüística se basó primordialmente en el estudio de sonidos y formas. Los Junggrammatiker extrajeron su punto de vista mecanicista, ante todo, de su estudio de los sonidos como fenómenos físicos. En comparación, los significados de las palabras y los elementos formales del lenguaje parecían ser fenómenos espirituales. Conforme pasó el tiempo también el estudio del cambio de significado se volvió más sistemático» (1974: 136). Y, más adelante, vuelve sobre ello: «Cuando Bloomfield publicó su Language en 1933, los adelantos de la lingüística y su propia experiencia lo habían convencido de que el lingüista podía llevar adelante el estudio del lenguaje sin recurso a ningún sistema psicológico, y de que el análisis lingüístico solo tenía que ganar con semejante independencia. Contrasta lo que llama mentalismo y mecanicismo» (1974: 177-178).
[11] «El signo lingüístico es una entidad psíquica de dos caras» (Saussure 1916: 92), esto es, un plano doble formado por una imagen acústica y un concepto –o, lo que es lo mismo, la unión indivisible de significante y significado–: «llamamos signo a la combinación del concepto y la imagen acústica» (1916: 92).
[12] Que, en realidad, terminaron siendo diez (vid. Cermák 2018: 345).
[13] Sobre las razones de Roman Jakobson para abandonar Moscú y continuar su tesis doctoral en la Charles University de Praga: «During the 1920s the Moscow and Petersburg groups suffered a theoretical and collective diaspora. The post-civil-war establishment of the Marxist-Leninist state was not conducive to work which gave roughly equal priority to the aesthetic and non-aesthetic dimensions of language, and the best known, and justly celebrated, marriage of Formalist principles and neo-Marxian ideology occurred within the so-called Bakhtin school of the late 1920s and 1930s. Jakobson moved to Prague in 1920 and was eventually given a full-time teaching post in 1933 at Masaryk University in Brno. But he did not sever his links with friends, colleagues and memories in the Soviet Union» (Bradford 1994: 1-2).
[14] Sobre la elaboración de esta obra conjunta: «El texto de las “Thèses” fue discutido y redactado por el comité del Círculo, compuesto entonces por Mathesius, Jakobson, Mukarovski y Trnka, partiendo de esbozos que habían preparado diferentes miembros del Círculo» (Fontaine 1980: 23). Asimismo, fueron redactadas en checo, pero traducidas al francés para el congreso. Esta primera traducción, con un francés inexacto, devino en una difusión inadecuada de ciertas ideas del círculo (Cermák 2018: 345).
[15] Esto es exactamente lo que trataremos como dimensión teleológica en el siguiente apartado.
[16] La teoría de Martinet presenta una deficiencia en su formulación (cfr. Rojo 1983: 18-26), y es la de equiparar articulación con unidad, dado que articulación tiene en este contexto el significado de segmentar, por lo que «deja de ser una característica estructural, de organización, y se convierte en la designación de un tipo concreto de unidad lingüística» (1983: 26). De este modo, se comete el error de asimilar primera articulación a monemas y la segunda a fonemas.
[17] Como señala Coseriu, algunos de los autores más reconocidos son Uldall, Holt, Diderichsen, Togeby, Spang-Hanssen o Fischer-Jorgensen (1981: 139-140).
[18] Sobre esta cuestión reflexiona Ocampo: «Cuando se dice que esta dicotomía fundamenta el principio de inmanencia, se quiere dar a entender que, si se establece como objeto de estudio específico de la lingüística la lengua y se añade que la lengua es forma, el objeto de la lingüística inmanente es entonces la forma, no la sustancia, la lengua, no el habla» (Ocampo 1989: 152).
[19] Esta asimilación deviene en el conocido isomorfismo, esto es, la «correspondencia estructural entre el plano del contenido y el plano de la expresión» (Martín Vide 1996: 162).
[20] En España, Emilio Alarcos toma esta concepción para su modelo estructural (cfr. Alarcos 1972: 90-91).
[21] Es muy interesante la visión de Johanna Nichols, que distingue tres modos de enfrentarse al estudio del lenguaje: el estructural, el formal y el funcional. Los dos primeros comparten que su objeto de estudio son las relaciones gramaticales y se diferencian en que el formal lo hace mediante un modelo, valga la redundancia, formal, mientras que el enfoque funcional además de la estructura gramatical atiende a la situación comunicativa y la considera determinante en su constitución estructural (Rojo 1994: 10).
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