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Infierno

David Aller

Damas y caballeros, hombres y mujeres, varones y hembras, testículos y ovarios, uretras y uretras. Ante ustedes y ustedas me presento de nuevo tras siglos y siglas ausente y ausenta. Me declaro viajero de largo viaje, y el largo viaje ahora mismo termina. Aquí me detengo, aquí estoy ahora, (empieza a cantar) aquí mis pies son sagrada raíz... He padecido, me han atacado, y sigo siendo feliz... Vengo de abajo, de lo más bajo, del mismo fondo del fin... Nubes y cielos, llamas y fuegos, vulvas y penes venid... Vivo y no vivo, muerto y remuerto, vivo de nuevo por fin... Vuelvo y regreso, vengo del cieno, del mismo infierno huí... Vuelvo y revuelvo, aquí mismo empiezo, y mis canciones las canto... Y mis canciones las canto... Y mis canciones... (Termina de cantar).

Mi nombre es Tiresias, ti-re-sias, y qué significa eso ya, mi nombre y mi origen. Soy Tiresias, hijo de Everes y de Cariclo, ilustre ciudadano de la provecta Tebas. He sido mano derecha de reyes, distinguido por sabio y justo, admirado por la luz de mis palabras, deseado por la lucidez de mi inteligencia, envidiado por la fascinación que ejercen mis talentos y..., qué significa eso ya. Nada, lo veo con mis pobres ojos muertos, qué significan mi nombre, mi pasado, mi clarividencia, qué significo yo. Nada. Qué soy más, más que un pobre ciego que sueña despierto, sensible como un niño y nostálgico de las más bellas cosas del mundo. Otro hombre o mujer que ya no sabe qué es, que deambula a solas por este mundo cruel, sin recursos, sin sustento, sin solidaridad. Sin amor, excepto el propio. Otro vagabundo sin patria, vagando y merodeando y charloteando y ensuciando y lamentándose, pobre desgraciado que solloza e implora por un poquito de atención, por un poquito de luz para sus ojos muertos, que solo quiere ver y sentirse como una persona anónima y corriente. Qué me gustaría ver...; si recuperase la vista durante una brevedad, cuatro o cinco segundos, no pido más, querría poder columbrar el ocaso cayendo sobre el horizonte desde una colina de chopos otoñales, y el vuelo armónico de un ave real que desciende como una explosión de colores y..., y no, y nada, si lo que quiero ver es una vulva generosa, un pene infinito, genitales empapados, pollos asados chorreantes, churrasquito de intestinos, lenguas fermentadas, cualquier cosa que huela, que huela mal; sí, ya lo sé, una ensaladera rebosante de frutas. Que la ensaladera sea el cráneo de un caballo. Frutas podridas, antes dulces y hermosas y de pronto abigarradas y diarreicas, cayendo los jugos rojos y amarillos y negros por los bordes peludos del pobre caballo muerto y remuerto con esos barnices tan coloridos y cenicientos y los olores a intimidad, a belleza y repugnancia, a alegría y final, a gusanos y alegría. Así es como yo me veo. Bello, alegre, carroñero.

Mi nombre es Tiresias y regreso de entre los muertos y las muertas, de los catacumbos y las catacumbas, de los suculentos festines de los gusanos y las gusanas. Vuelvo de una pieza, cuerdo y vigoroso, espléndido y fastuoso, un poco descoordinado tras el infernal viaje en autocar. Habituado a la estricta austeridad del Averno esperaba algo mejor que un asiento reclinable y viajeros monoteístas. Apenas pude pegar ojo, qué eternidad de curvas y más curvas, de olores y alientos humanos, de las sinfonías nocturnas de mi compañero de asiento. Un machote para remover a Aquiles de su legendaria haraganería. Un Paris de baratillo envalentonado con tatuajes y colonia en los sobacos que no le quitaba ojo ni argucias a una Helena vetusta, la vieja al otro lado del pasillo, vieja, viejísima, rancia y revenida pastorcilla treintarona o cuarentona o semidifunta que viajaba junto a su rebañito, dos repollitos que me causaron un hondo espanto. Qué niños tan ridículos, el uno con su pajarita y la una con sus trencitas, un Hemón pasmado de pelo puntiagudo y pegajoso y una tonta Ismene con falda y rodillas cluecas, qué tristeza verla abrazada a una muñeca sin vello en las ingles, qué hiriente verlo aferrado a un camión, tan inocentes y tan condenados ad eternum. Cautivos desde querubines por culpa de frenópatas que enseñan a los niños a ser varones y a las niñas a ser féminas, preciosos príncipes pequeños y pequeñas hermosas princesas. Pero qué mierda. Acabo de llegar y ya me siento despavorido por esa fea manía de separar a los Teresos de las Teresas, de marcarlos con hierro candente y no dejarles ser lo que ellos quieran. Ni en mi época hacíamos semejantes tonterías, clasificar a los adultos, a los ancianos, a los niños, a los niños, a los pobres niños inculpables y tiernos que crecerán vestidos con voces y uniformes según dicte su estúpido sexo. Pero qué memez. Proclamemos una verdadera distinción entre unos y otros, entre unas y otras, entre unos y unas y otros y otras y unos y otros y unas y otras y otras y unos y ellos y ellas y ellas y ellos y todos y todas. Entre nosotros, caminantes y lenguaraces, y ellos, vagantes y mudos. Propongo la desigualdad, la separación, el sólido muro, la profunda grieta que separe las aguas, a un lado el agua cristalina y manantía de los vivos, al otro las aguas cenicientas de los muertos. Vivos y muertos, mortales y eternos, despiertos y dormidos, en paz y en ensueño...

Regreso vivo del reino de los muertos y me encuentro un orbe de botarates, de mequetrefes, de zánganos y truhanes, de zascandiles y mastuerzos, granujas y pazguatos y petimetres, tunantes y lechuguinos y meapilas. Un mundo de llorones, donde dos tercios de esta prodigiosa Tierra son océanos de sollozos y lamentos. Pensáis que acaparáis los horrores del cosmos y desconocéis qué hay en la otra orilla, qué lóbregas existencias chapotean en la fétida muerte, en cada uno de los nueve círculos del pronosticador Dante Alighieri. Yo he escapado del octavo círculo del infierno, de la prestigiosa tercera fosa, donde fui sentenciado a deambular la eternidad con la cabeza vuelta hacia el culo. Y no me quejo por ello. No me quejo pese a haber sido condenado ignominiosamente a las profundidades, al penúltimo peldaño de la escalera tenebrosa, condenado a permanecer más abajo que lo peor entre lo peor, que la chusma más abyecta, más abajo que los proxenetas, que los lascivos, que los violadores, que los bandidos, que los usureros, que los gobernantes. Más abajo que los papas y que los aduladores. Recáspita, más abajo incluso que los pelotas. Qué puede haber más sangrante y doliente..., me hiere y me lastima el alma, qué consuelo puedo hallar a tamaño agravio, más abajo que los pelotas, esas sanguijuelas... Al menos, solo al menos, restaba un círculo bajo mis pies, el inefable, la cúspide poética, la apoteosis de las canciones, allí donde moran los cadáveres de los hipócritas. (Se ríe estruendosamente y empieza a cantar). Ustedes y ustedas, de momento vivos y revivas, adónde piensan que el destino los llevará..., yo ya se lo digo, no se me inquieten, irán al círculo final... El número nueve, la última fosa, el agujero más guay... Qué divertido, serán los cochinos, los mentirosos y algo más..., yo ya se lo digo, serán los aparentes, serán los impostores, serán los tramposos, serán esa chusma proverbial... Caerán allí abajo, de donde nadie ha regresado, donde moran los hipócritas, donde rebosan los embusteros, donde nadie dice la verdad...

Mi nombre es Tidesias y lo veo todo a pesar de que no veo y de que cada vez miro menos. Soy Turidesias y de ninguna manera renunciaré a lo que soy. Soy adivino. Augur, arúspice. Un profesional, impecable. Me llamarán brujo, a mí. De hecho llevan siglos haciéndolo, desde que el pronosticador Dante Alighieri me mentó en su divino librito. Brujo, brujo, brujo, brujo, brujo, qué repugnancia oír tal cosa, yo que he sido los ojos de un reino y de un Olimpo, que he visto ciudades-Estado arrancarse las uñas por mí, gobiernos arrastrarse como culebras por mí, sumos sacerdotes abrirse de piernas ante mí. El rey de Atenas vendía a sus hijas por mí, pero a mí me las regalaba. El canalla me lo daba todo, un paraíso de riquezas, propiedades, privilegios, mujeres y hombres, cuantas mujeres y hombres quisiera para restregarme a mi voluntad. Niños y niñas. Sus cuerpos frescos a mi libre albedrío. Fornicio libre, genitales a manos llenas, un mundo asqueroso de penes y vulvas, anos y bocas, cabellos y dientes y uñas y orines y heces, todos los pasteles exclusivamente para mí. Un mundo asqueroso para colmarme de sentimientos. Me lo daba todo y supe decir no. Quién en mi lugar habría dicho no. Qué locura de integridad, de lealtad, de nobleza, de sentido de Estado, eso he sido y ahora qué. Ahora nada, qué significo y qué significa estar aquí, nada, vagabundo entre mortales, mortales de categoría inferior, de estirpe en ruinas y mínima estofa. Ínfima estofa. Y sin embargo todos sabéis lo que va a suceder. Todos estáis dotados para adelantar el futuro, todos lo sabéis todo sobre todo, todo de todo, siempre todo. Qué atrevimiento, banalizáis el incierto mañana, el amanecer venidero, el lenguaje de los dioses a través de las aguas y los vientos, el grito guardián que ruge en los intestinos de la madre naturaleza. Oh, madre, a estos y estas les importa todo una mierda, un mierdo, porque ya no creen en nada, piensan que creer pasó de moda, que hoy en día lo que se lleva es otra cosa; ingratos e ingratas, descreídos y descreídas, frívolos y frívolas, vosotros y vosotras. Ni siquiera creéis en lo difícil que es decir no. Decir no cuando deseas decir sí. Aquellos noes pretéritos me perturban como el crepúsculo que inflama las cúspides, cuando yo era alguien y dije no, cuando era puro y albo y renuncié a una grandiosa popularidad en Atenas por culpa de mi lealtad, por mi maldita lealtad a mi ciudad, Tebas, y a mi rey, Edipo. Tebas, la ciudad más esplendorosa que el mundo haya visto, convertida ahora en una aldea de mierdo y de mierda. El magnífico Edipo, rey de reyes, señor verdadero, imbécil de imbéciles, ingrato, mamarracho, puerco. Muerto y más que muerto, muerta y otra vez remuerta, Edipo y Edipa, ambos me importáis una sacrosantísima mierda.

Y ahora qué. La vida feliz, el amor, beberse las alcantarillas, levantarle la falda a las jovenzuelas, asustar a los chiquillos en la calle. Me gusta pasar las tardes en el parque, agazapado entre los matorrales. Oír a los niños jugar, esas vocecillas inocentes y carnosas, oler las gaviotas que vuelan, las esmirriadas palomas a mis pies... Los papás y las mamás me miran sin amor, el horror, tapan los ojos de sus criaturitas para protegerlos de mí, del horror, y balbucean las más feas palabras y los más adversos deseos. En mis tiempos los esclavos recibían mayores dignidades, mayor aprecio, ninguno fue tratado como yo soy tratado por los padres de hoy, como una bestia, peor, como el horror. Eso soy, el horror, y después llaman a la policía y los agentes se acercan y yo me presento, agazapado entre los matorrales, y ellos me arrastran con fuerza y les recuerdo que yo he sido alguien: sepan ustedes que tengo pasado y soy depositario de la mayor de las autoridades, portar en mis propias carnes unos genitales y también los contrarios, orinar de pie y a horcajadas, manchar con esperma y manchar con sangre. Se lo recuerdo bien alto, señores policías, presten atención y no me sean palurdos, zoquetes, destripaterrones, tontos labradores: yo he sido hombre y he sido mujer y sin embargo siempre he sido mi misma persona, mi misma grandeza, mi misma dignidad, diferentes expresiones de una misma belleza. He sido Tereso y he sido Teresa, madre de Manto y Dafne, dos niñas cabezonas. Sé lo que es expulsar cráneos no especialmente blandos por aquí, señor policía, donde ahora se columpia mi hombría también lo hace el vestigio de mi feminidad, la mujer que fui la llevo conmigo, está en mi interior y también entre mis piernas, si usted quiere yo se la enseño. Mi nombre es Tiresias y soy madre y nunca, nunca, nunca he sido padre. Quién quiere uno. Para qué, para que se asuste y huya, para que juegue a ser Odiseo lanzándose a la aventura del héroe, dándose a la travesía mientras una pobre Penélope le teje bufanditas. Bufanditas para protegerse del frío mientras él fornica con las ninfas, ¡se las folla a pelo, por delante y por detrás, y ellas jijijí jijijí jajajá jajajá! (Se ríe). Extraño mi vida pretérita, los buenos tiempos helénicos, cuando imperaba la igualdad entre mortales, cuando el respeto a los ancianos nos distinguía de los bárbaros, cuando prevalecía el amor. Cuando la gloria se escribía y se recitaba en los teatros.

Ahora no soy más que un burdo brujo. Qué desperdicio. Un burdo brujo que persigue un ave y sabe interpretarla, un burdo brujo que interpreta el vuelo del ave libre y calcula los ángulos, la velocidad, la altura, la estela que dibuja sobre el lienzo de las nubes y el rastro del viento y lo analiza todo y sabe lo que el cielo dice. Yo leo el cielo, hablamos el mismo lenguaje. No está mal para ser un burdo brujo. Y tampoco está nada mal, para ser un burdo brujo, saber descifrar los mensajes que los dioses escriben en las tripas de las bestias, o de las damas, en la noche de los bosques, la bestia herida y desorientada que cae en mi brazos y yo la abro y acaricio las tripas y extraigo música de las partes blandas de la dama, bestias y damas, ese olor a destino y tierra quemada que pone luz en mi camino y aquí está la verdad del tiempo, el pasado y el futuro y qué son, apenas nada más que los miedos que habitan el mundo. Qué creéis que es el mañana. Bolas de cristal, cartas, sextos sentidos, corazonadas y mentiras, robos y estafas, pero qué mierdas. Las tripas de las bestias, las estelas de las aves, las cosas blandas de las damas, las señales de los dioses, a mí me hablan y tengo que responderles, prestarles atención cuando les place y encima esforzarme por hacerlos entrar en razón, los dioses son caprichosos e infantiles e idiotas, se quedan pasmados ante cualquier bobada y tienen la mollera dura como el marfil. Si conoces a uno los has conocido a todos: igual de delicaditos y llorones, dan su reino por un séquito de pelotas y aduladores, dan su reino por que les cantes una canción. (Empieza a cantar). La diosa Hera, la mujer de Zeus, dos veces me castigó..., yo no fui malo, no le hice daño, pero ella me azotó..., me quitó la vista, me dejó cieguito, y algo muchisísimo peor..., me cortó el pene, me arrancó la barba, y mujer me hice en mi interior..., yo se lo agradezco, pasó el tiempo, y fui sexy, libre, singular..., me llamé Teresa, luego fui Tereso, y ahora sigo siendo tan genial... Y mis canciones, a Zeus se las dedico, mi viejo y buen amigo, (termina de cantar), él que siempre estuvo callado mientras su esposa me zurraba con su vara celestial y no hizo nada de nada de nada de nada. Oh, Zeus, queridísimo y respetadísimo y grandísimo y maravillosísimo y uniquísimo y poderosísimo y oh, Zeus, imbecilísimo. A ti me dirijo y a ti te convoco, idioto entre idiotas, qué calzonazos has sido siempre, qué paciencia infinita he tenido para contigo; aprovecho la hora esta del pollo y de la polla para recordarte que el mundo que fundaste se está yendo por la letrina, mi muy querido idiota. Los hombres y las hombras, las mujeras y los mujeros, nosotros y nosotras, convertidos y convertidas en idiotos y en idiotas. Reacciona, haz algo, envíanos una señal, demuestra tu ira si es que te queda algo de autoridad, demuestra que no eres más que otro viejo chocho, vetusto bobo gastado como un chicle.

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