Kenneth L. Pike
Antes de aproximarnos al pensamiento del que fue profesor de lingüística inglesa en la Universidad de Michigan, conviene matizar los conceptos de estructura y de sistema. Mientras el primero alude a un conjunto mecánico en el que no cabe la ideología, el segundo sí consiente una determinada concepción teórica. La estructura no puede ser especulativa, mientras que el sistema sí. Por lo tanto, la gramática estructural y la visión que se tenga del lenguaje pueden concurrir por separado. O, lo que es lo mismo, no debemos equiparar el modelo descriptivo de una gramática de la explicación que se ofrezca del funcionamiento del sistema. En consecuencia, y como ya hemos visto, el estructuralismo no debe considerarse un paradigma, dado que su alcance es analítico y como método y modelo de análisis puede servir a la explicación funcional y también a la formal. En este punto del trabajo, la prioridad es indagar en la visión de lengua: el modelo propuesto por Pike es funcionalista porque significa las funciones semánticas y pragmáticas y las ubica en la nuclearidad del sistema. Dado que no cabe analizar en este apartado el modelo tagmémico –o tagmecista–, vamos a examinar qué expone Pike a propósito de la naturaleza del lenguaje humano (Pike 1967: 26):
Therefore, it is suggested (1) that there is needed a theory which will not be discontinuous, and which will not cause a severe jar as one passes from nonverbal to verbal activity. There is needed a unified theory, a unified set of terms, and a unified methodology which can star from any kind of complex human activity which various sub-types of activity included, and analyze it without sharp theoretical or methodological discontinuities.
It is concluded (2) that language is behavior, i.e., a phase of human activity which must not be treated in essence as structurally divorced from the structure of nonverbal human activity. The activity of man constitutes a structural whole, in such a way that it cannot be subdivided into neat ‘parts’ or ‘levels’ or ‘compartments’ with language in a behavioral compartment insulated in character, content, and organization from other behavior. Verbal and nonverbal activity is a unified whole, and theory and methodology should be organized or created to treat it as such.
Pike no puede ser más rotundo en su concepción lingüística: el lenguaje es conducta, pero no a la manera de Bloomfield –mecanicista: estímulo y respuesta–, sino como expresión del pensamiento, de la cultura conformada y, lo que es más importante, del discurso, de ese todo que forma el ser humano porque «el evento comunicativo entero debe ser el objeto de una teoría lingüística» (van Dijk 1996: 10). Es conducta y además no puede separarse lo verbal de lo no verbal, lo puramente gramatical de la acción pragmática.67 Aunque fuesen diferentes, concurren de la mano. Acto seguido, Pike hace un llamamiento porque «el lenguaje humano debe tratarse como comportamiento humano, como una fase de un todo integrado, y mostrar que el comportamiento lingüístico y el no lingüístico se fusionan en eventos únicos, y que los elementos verbales y no verbales pueden reemplazarse mutuamente en muchos casos y cumplir la misma función» (Pike 1967: 26). Esta visión de la índole lingüística ya no la abandonaría. En una obra posterior, recoge de nuevo esta concepción lingüística en términos análogos, pero iluminados de un notable entusiasmo: «Se le confiere la prioridad a la interacción personal por encima de la identificación de las cosas o de las abstracciones. Son las personas quienes perciben, imaginan y sienten las relaciones. Son las personas quienes hablan acerca de estos conceptos» (Pike 1995: 161-162). Además de esto, que sintetiza sin fisuras su concepción funcionalista del lenguaje humano, pensamos que la crítica al innatismo de Chomsky es muy manifiesta y no requiere de mayores glosas.
Antes de tratar muy por encima el modelo analítico descrito por la tagmémica, recordemos que el modelo posicional de Leonard Bloomfield es de índole estructural y formal y, aunque se preocupa por la posición de los elementos y su distribución en el eje horizontal, esta preocupación acaba por evidenciar una naturaleza vertical latente. En la materialización arbórea de los modelos inspirados en Bloomfield se pondrá a la vista una distinción de niveles intraoracionales. Esta forma de operar, el criterio analítico posicional propio de la sintaxis bloomfildiana, fue tomada por Kenneth L. Pike para desarrollar su modelo de análisis funcional, el cual también partirá de un principio jerárquico para desarrollar una gramática estructural. Como vemos, el estructuralismo más estricto y científico permite, en un paso posterior, atribuir funciones a los resultados del riguroso método analítico anterior. Pike, cuyo gran referente fue Sapir (Cerny 1998: 225) y se empapó de su «visión de la lengua, reconvirtió el primitivo análisis de criterios posicionales en un análisis más completo y avanzado» (Jiménez Juliá 2012: 448).
La lingüística en Norteamérica surgió muy ligada a las características tan propias de su vasto territorio, donde se daba una abundancia de lenguas filogenéticamente variadas que se manifestaban de modo oral, por lo que el trabajo tipológico hubo de hacerse desde cero. Esta abundancia de lo etnológico propició que los estudios del lenguaje fuesen parte del tronco común de los estudios culturales y biológicos. Los nuevos lingüistas estaban formados en la ciencia antropológica y, como parte del trabajo doctoral, se promocionaba el estudio de las lenguas amerindias. Este fuerte interés mutuo no fue óbice para la emancipación de la ciencia del lenguaje de las demás ciencias sociales y culturales. Sin embargo, la tagmémica se presentó como un proyecto, de nuevo, unificador, como deseaba Sapir: «Descubrí, con gran sorpresa, que los principios adoptados para la lingüística eran igualmente aplicables a la antropología y otras facetas del quehacer humano» (Pike 1995: xviii). Esta advertencia al lector, en el prefacio de su introducción a la tagmémica, está basada en la relevancia que Pike otorga al contexto en toda manifestación humana: «No existe unidad alguna que sea relevante para los seres humanos que no tenga relación con un sistema de tipos entrecruzados de contextos» (1995: 160). Es, por lo tanto, una cuestión de perspectivas. Y Pike apuesta por un enfoque trimodal para el desarrollo de su gramática analítica: la realidad puede percibirse como unidades, como secuencias –ondas– y como contextos –campos–. A continuación, un extracto esclarecedor sobre la cuestión (1995: 13):
El sapiens actúa a menudo como si estuviese dividiendo las secuencias en trozos, en segmentos o partículas. En tales ocasiones ve la vida como si estuviese constituida por una cosa tras otra. Por otra parte, ve a menudo las cosas como si confluyesen, a la manera en que confluyen las ondas en la marea, fundiéndose unas en otras. Estas dos perspectivas, a su vez, se ven complementadas por una tercera, el concepto de campo, según el cual las propiedades de la experiencia al entrecruzarse se agrupan en haces de características simultáneas que conforman los patrones de su experiencia.
Uno de los aspectos más llamativos en la aproximación al estudio de las escuelas estadounidenses es el terminológico. Al igual que se dio en Copenhague,68 hay en torno a la tagmémica una proliferación sorprendente de términos que designan conceptos ya vistos en otras escuelas.69 Aunque Pike es deudor de Bloomfield, de quien recibe el corpus terminológico,70 a quien tiene esencialmente presente en su trabajo de 1967 es a Edward Sapir,71 cuya impronta teórica es especialmente significativa en la descripción cultural del hecho verbal. Pike formuló la famosa distinción entre emic y etic,72 voces que aluden a lo fonémico y a lo fonético. Mientras lo emic se vincula con lo específico, con formas propias de estudio para cada lengua, con lo interior, lo etic se relaciona con lo general y objetivo, lo compartido. Ambos criterios describen el comportamiento humano y determinan el punto de vista: lo emic queda vinculado a la percepción que se tiene desde dentro, mientras que lo etic se corresponde con lo que un observador externo tendría del funcionamiento de un sistema lingüístico o de otro tipo de relación humana.
La tagmémica no solo es un modelo de análisis gramatical, sino que procura ser un ambicioso proyecto teórico que explique fenómenos humanos y sociales, culturales: «El objetivo es la experiencia émica humana y no simplemente la lingüística» (Pike 1995: xviii). Pike sostiene que los tres planos del lenguaje operan simultáneamente: el fonético, el morfológico y el sintáctico. Asimismo, se diferencia del modelo generativista en que presenta un sistema novedoso de señalización, una marcación analítica que no es arbórea y que adoptará Dik años más tarde (cfr. Jiménez Juliá 2012: 449). Es un modelo de unidades, no de niveles, por lo que el tagmema, que es una unidad de contexto, equivale a una función sintáctica. Cada una de estas unidades puede llenarse léxicamente para operar.73 La tagmémica –también llamada teoría de unidades en contexto– es una teoría basada en el significado porque exige que «la forma no ha de considerarse disociándose del significado: los seres humanos perciben las formas en relación con su función en una situación, independiente de que la función de que se trate sea o no percibida como provocado por el hombre» (Pike 1995: xvii). Por último, recuperamos las siguientes palabras del lingüista de Connecticut: «I feel that theory of language structure should not lose sight of the fact, furthermore, that we are interested in language as communication –not as design, only» (1967: 492-493). Sin más dilación, cerramos este apartado con el pensamiento de que la tagmémica pasa por ser uno de los modelos analíticos más completos e influyentes en la lingüística funcionalista.
67 Resulta del máximo interés el pensamiento de Joseph Greenberg sobre la separación teórica –y su parcelación como objeto de estudio– entre el funcionamiento interno y el funcionamiento externo del lenguaje, y que transcribimos a continuación: «El total dentro del que es definida la función lingüística es, según Greenberg, la situación lingüística total. Esta, a su vez, puede tener una o más funciones dentro de un todo mayor (la comunidad, el grupo). Este es el “funcionamiento externo’' del lenguaje. El papel de los varios elementos lingüísticos dentro del todo constituido por el lenguaje lo llama Greenberg “funcionamiento interno”. Esto es lo que incumbe a los lingüistas. El funcionamiento externo, por su parte, cae en gran parte dentro de los alcances de la sociología» (Malmberg 1974: 202).
68 Donde también se dio un estructuralismo escrupulosamente formal.69 Sirva como ejemplo la distinción entere fonémica y morfémica, cuya entidad designada es exactamente la misma que las de las voces fonología y morfología.
70 La influencia de Bloomfield: «A simple feature of grammatical arrangement is a grammatical feature or taxeme. A taxeme is in grammar what a phoneme is in the lexicon—namely, the smallest unit of form. [...] In the case of lexical forms we have defined the smallest meaningful units as morphemes, and their meanings as sememes; in the same way, the smallest meaningful units of grammatical form may be spoken of as tagmemes, and their meanings as episememes» (Bloomfield 1973: 166).
71 De quien, según el propio Pike, tomó la distinción entre emic y etic (Pike 1967: 39).
72 La dicotomía emic y etic fue adoptada por la antropología cultural, que la asimila al punto de vista del observador: bien sea interior –pertenece al grupo estudiado– o exterior –lo observa desde fuera, sin participar–, y con la que no debe confundirse: «Dado que cabe presentar, objetiva y subjetivamente, tanto el punto de vista del observador como el de los participantes, no podemos utilizar los términos objetivo y subjetivo sin ocasionar gran confusión. Para evitar tal riesgo, muchos antropólogos han adoptado los términos emic y etic, introducidos por el lingüista antropológico Kenneth Pike» (Harris 1982: 47). Para más información, véase Harris 1979 (491-523).
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