top of page

Purgatorio

David Aller

Mi nombre es Teresa. Te-re-sa. Ni Tiresias, ni Teretesa, ni Tereteso. Teresa, Tere, hija de Ramón y de María, vecina de Villanueva de los Caballeros, provincia de Valladolid. Quizá les suena, la autopista pasa cerca. No he sido muy conocida en mi pueblo hasta que lo fui, de golpe, conocida en mi pueblo y no solo en él, las fronteras son tan relativas... He sido camarera, empleada de supermercado, empleada de gasolinera, empleada del hogar, de un hogar que no era el mío, en el mío también he sido empleada. He sido opositora a la Administración del Estado y a la Policía Nacional, lo dejé dos veces. He sido muy aficionada a la sesión de cine de los domingos, cerraron el cine, y a tomar café con Ruth y Laura, mis amigas. Ellas viven en el pueblo, creo que siguen allí. También he sido aficionada a pasear en bicicleta, unos dos días, se me pinchó la rueda. Luego fui aficionada a la repostería, unas dos o tres semanas, acabé cogiéndole manía al dulce. También he sido esposa de Paco, ya no lo soy. Y mamá de Alfredito. He vivido en mi pueblo hasta hace poco, desde hace bien poco vivo en Ávila. En Ávila estoy empezando a ser otras cosas. Vivo sola en un espacio pequeño, no sé cómo llamarlo, espacio está bien, es un espacio sin mucha luz. Me gusta ser Teresa en Ávila, me hace sentir alguien, aunque igual nada de esto importa. Ya no soy una persona anónima, soy Teresa, de Ávila.

Sin embargo no me gusta hablar de mí. No es que me considere poca cosa o piense que mi historia no importa. No se trata de eso, en absoluto, los motivos son otros. No me gusta porque me siento extraña, como si esa persona de la que hablo no me correspondiese, no fuese yo. A veces, al hablar de uno mismo, descubrimos que no sabemos mucho de nosotros o nos sorprendemos describiendo a otro alguien. Descubrimos que hablar de uno es hablar de desconocidos. Eso me parece terrorífico, hablar y mirarte en el espejo y que cada palabra rompa un nuevo pedazo o que no lo rompa en absoluto porque es el espejo de otro, o de otra, qué más da. Lo que ahora me importa es que debo intentarlo porque quizá, recordando cosas de mí, tejiendo lento, como Penélope, consiga verme. No quiero seguir escondida, tengo muchas cosas buenas que dicen mucho de mí, y de las que estoy orgullosa. Mis aficiones, por ejemplo. Soy muy afortunada porque ahora tengo muchas aficiones, y muy buenas, las mejores. Ya no me canso de ellas a los tres días. Antes iba al cine y tomaba café y charlaba de cosas que he olvidado, ahora mis aficiones no cuestan dinero, casi todas son gratuitas y además permanecen, sirven para algo. Mis favoritas son las actividades al aire libre. No necesito desplazarme: camino por la playa, por el monte, me siento bajo los chopos, mojo los pies en el río, me desnudo en las orillas, nado en los lagos, en el mar, en los océanos, en los cinco, también en el Ártico, es el más frío. Especialmente lo hago los domingos pero cualquier otro día también, nado y atravieso y me bebo los mares y los vientos me llevan, bailamos. Me gusta ver a solas el atardecer. Puedo, incluso, ver el atardecer al mismo tiempo que veo el amanecer. Uno en cada horizonte, el sol que llega y el sol que se va, separados por una bandada de pájaros que en ese instante terminan y comienzan el mismo día. Me encanta verlos pasar. Que pasen, sin más, verlos volar. Los veo y punto, no espero ninguna otra cosa, no los persigo ni creo que me estén diciendo nada. No sé mucho de pájaros, no sabría decir el nombre de dos especies. Palomas, gaviotas. Buitres. Paco. Es curioso que me guste tanto ver todo esto cuando lo que más me gustaría es no ver nada, ser una madre ciega, vendarme los ojos eternamente, o algo peor, pero no quiero que me duela.

Hay otra cosa, además de mis aficiones, quizá la más importante. Es un poco extraño lo que voy a decir: me he vuelto un poco religiosa. Suena muy raro, lo sé, ni yo misma lo entiendo, pienso que ya a casi nadie le pasa, es impropio de este mundo tan sofisticado. A mí me está cambiando un poco la vida, me ayuda a dejar de verme como una desconocida. Ahora soy una neocreyente, feligresa de una comunidad muy pequeñita, muy, muy pequeñita, formada por una sola ovejita, un poco descarriada. Yo sé que hay algo más, aparte de esto, sé que lo hay porque tiene que haberlo. Me cuesta explicarlo; lo sé y punto, lo sé porque me llena aquí como me llenó Alfredito. Lo que no sé es si ese algo más es alguien, una cosa, varias, o un dios, ocho, catorce, o si solo son sustancias del mundo, del universo. Me gustaría poder explicarlo, tener ese don. Ojalá fuese un poco bruja, entonces podría expresarlo adecuadamente, podría deslizarme entre lo invisible, entre lo recóndito, y verlo a él riendo en la bañera, riendo y no callando. Callar en una bañera es la peor forma de estar en el agua. Si callas da igual si el agua está fría o caliente, si tiene espuma o no, si está teñida o no está teñida. A veces lleno la pila de mi habitación, bueno, del espacio en el que vivo, con agua clara, tibia, y la muevo con las yemas de los dedos. Luego acerco la cabeza, la oreja, e intento oír, como una caracola, y me llega el murmullo del agua. Hay otras maneras de ser madre, como esta, a través de una caracola, muchas maneras. Lo peor de llenar la pila con agua es tener que retirar luego el tapón. Odio ver cómo se vacía, me giro y me cubro con el brazo, pero siempre vuelvo la vista y veo el desagüe llevárselo todo. Lo veo y lo oigo. Soy Teresa y no regreso de entre los muertos y las muertas, de los catacumbos y las catacumbas, de los suculentos festines de los gusanos y las gusanas. El inframundo del que procedo es otro, no sé si muy distinto. En el mío la laguna está en casa, en la bañera que Paco quiso cambiar, y el barquero son patitos de goma, del bazar de la esquina. Yo me negué a cambiar la bañera por un plato de ducha cuando Paco lo propuso, pensé que querría darme baños relajantes. Paco, el pájaro. El pájaro que no sabe volar. Los patos no sé si saben volar.

Todo eso es agua pasada. Vivir es avanzar, construir proyectos, sueños, ilusiones. Volver a empezar. Yo he vuelto a empezar. Vuelvo a estar embarazada. Espero otro niño, un hermanito. Va a ser niño, lo sé, no puedo explicarlo pero lo sé. Lo que no sé es si será hermanito. Ellos ya no serán hermanitos. Pero estoy embarazada, de nuevo con total libertad. Nadie me ha obligado ni me lo ha impedido. No sé si eso me reconforta o me asusta. Hay algo extraño y un poco horrible en todo esto. Por ejemplo, supongamos que…, supongamos que dos personas se encuentran, por accidente, y fruto de ese accidente surge el amor, la ilusión, la felicidad, y algo todavía más bonito, más mágico... Imaginemos eso, algo precioso, tan y tan bonito que no pueda explicarse, pero de lo que ambos sean conscientes, conscientes de lo inexplicable, porque en eso consiste el amor, en saber lo precioso y no saber explicarlo. Así es como yo lo entiendo todo, todo, porque para mí es la manera de no imaginar algo terrible de imaginar, algo como una pesadilla, como el infierno, como imaginar que una madre mata a su hijo, que lo deja solo en la bañera... Es mejor no imaginarlo, porque luego esa mujer puede volver a hacer el amor, a sentir en su interior, a encintarse, a parir, y puede volver a ilusionarse y puede volver a empezar y puede ser madre las veces que quiera de los hijos que ella quiera. El cuerpo es libre y eso me asusta. Me asusta porque luego esa mujer los puede ir matando, uno detrás de otro, y dejándolos tirados por el suelo del baño como los garbancitos de Hansel y Gretel. Sobran hombres imbéciles dispuestos a preñar a una mujer. Supongo que no piensan en lo que están haciendo, generarnos una vida aquí, dentro, que llevamos con nosotras durante meses, la vida que cuelga, insegura, inestable, tan frágil, protegida del exterior por la madre que la abraza, pero... ¿quién protege esa vida de la madre, quién protege a la madre de sí misma, quién nos protege a él y a mí? Cualquier embarazada puede lastimarse, colgarse boca abajo y asfixiar a su bebé, darse puñetazos en la barriga, sumergirse en una bañera, si ella no respira él tampoco, si ella se clava una percha en el ombligo puede hacerle daño. Hacerlo dos veces, entrar y salir dos veces. Dos veces y dos ojos. Tiene dos, dos veces y dos ojos, el mismo ombligo. ¿Tiene ojos, para qué los quiere, qué puede ver ahí dentro, la punta de la percha que se acerca? Estoy embarazada de 2 o 3 meses, no sé. Podría saberlo si quisiera, solo tendría que esforzarme por recordar cuándo fue la última vez que vinieron a follarme. A veces entra alguien y lo hace, me folla. Yo sonrío e intento concentrarme, pongo una cara así, parecida, y respiro despacio y a veces acaricio los costados del hombre que me folla y él no dice nada y yo no digo nada pero mi silencio es un sí contundente, yo digo sí con los labios sellados y la mirada perdida. El hombre entra y sale, como una percha, y tampoco se fija en mis ojos y ya está.

Tengo que aprender a ser agradecida. Teresa, Teresa, compórtate y di gracias, vas a parecer una ingrata maleducada. Lo siento, lo siento, pido perdón por todo esto, sé pedir perdón pero me cuesta mucho decir gracias, pido perdón por no dar suficientes gracias. Yo quiero dar las gracias por estar aquí, por tener el corazón limpio y listo para sembrar, por la nueva oportunidad de formar una familia de ovejitas, ahora siento un gran amor y es como una morada maravillosa a la que se accede a través de siete ventanas, como los peldaños de una escalera que asciende desde una ciénaga hasta la bóveda celeste. No empiezo desde abajo, llevo tiempo esforzándome y ya estoy a mitad de camino, me siento purificada y preparada, cada vez más cerca de alcanzar la felicidad indescriptible; casi siento la euforia, puedo acariciar con la punta de los dedos el silencio absoluto, la compañía interior, el paraíso, miro atrás y veo el dolor alejarse, quedarse rezagado, trastabillarse. Miro abajo y siento escalofríos, qué oscuro está todo, me da vértigo, siete peldaños parecen pocos pero suponen un esfuerzo al alcance de muy pocos. De muy pocas. Debo ser muy cuidadosa, mucho, puedo usar mi cuerpo y tocarlo pero no puedo romper nada, si rompes algo lo estropeas todo, las ventanas se cierran de golpe y te pillan los dedos y vuelves a caer, debes ser sacrificada y muy devota si quieres que se abran. Qué bonito sería, todas las ventanas abiertas de par en par, entregadas al horizonte y a las bandadas de pájaros, al silencio, qué bonito sería, la familia maravillosa hospedada en la última morada: un hombre, una mujer, este vientre que crece. Yo estoy a disposición del que quiera formar una familia conmigo, de quien me traiga su abrigo para que yo se lo cuelgue, con esta percha, en el centro del universo. Quiero colgarte el abrigo porque si usase la percha para otra cosa, para qué otra cosa, entonces no, entonces las moradas se empantanarían con culpa como las terrazas de Dante y yo seguiría estando condenada. ¿Por qué no puedo dejar de estarlo? Un mal día lo tiene cualquiera, te despiertas después de una pesadilla y las siete ventanas de la morada maravillosa se han convertido en las horrendas terrazas del Purgatorio. Y entonces alguien llama a esa puerta metálica, a esa, la del fondo, de la que no tengo llave y no puedo abrir. Suena la cerradura y el cerrojo chirría y yo pienso en algo bonito, en una ventana abierta y en un conmovedor silencio, pero un abogado o un psiquiatra o el mismo demonio se presentan y con voz firme de tecnócratas me leen un documento oficial en el que se me informa de que he cometido un crimen, un nuevo crimen dado que no es el primero y el Estado espera que no sea el último: Usted, señora Teresa, ha cometido un crimen con la complicidad de su percha. Y por eso a usted le hemos quitado las ventanas, por criminal, pero no le quitaremos la percha, porque esperamos que aprenda a usarla adecuadamente.

Quizá si lo hiciese ahora todavía no sería un crimen. Sería solo medio crimen, menos, un cachito de crimen, como las fracciones que aprendíamos en la escuela. Como matar a un animal. Son vidas incompletas, inferiores, son porcentajes, así lo dice la ley. Si matas a un animal, incluso a uno que sea sensible y emocional, como un perro, estás experimentando lo mismo que si fuese una persona: no es lo mismo porque no es una persona, pero la sensación tiene que ser casi igual, la experiencia, el sollozo, la temperatura, los espasmos, la piel, el brillo que se derrama en los ojos, el poder... Y hacérselo a un perro sale gratis, nadie te va a perseguir ni te va a insultar ni se va a horrorizar. Bueno, si es un perro feo y abandonado, si el perro tiene collar es distinto, entonces sí que te van a insultar y cosas peores, te van a tratar como a un perro, peor que a ese perro que tú has herido y despreciado. Sin embargo, si yo me clavo una percha aquí no podré ver ese brillo, ni habrá sollozo excepto el mío, y la sangre también será la mía. Quizá la solución sea hacerlo frente a un espejo, o en un teatro, delante del público. En un teatro nadie va a levantarse de su butaca para evitarlo, nadie va a creer que estoy embarazada, todos vais a anteponer vuestra condición de espectadores, la educación judeocristiana, el sentido común que os dice que nada de esto es verdad. Que solo representamos cosas que son o podrían ser, que lo hacemos por puro vicio, por masoquismo, por soberbia, por gula, por lujuria, por avaricia, por envidia, por pasar el rato mientras la muerte le llega a los perezosos. Pues aquí ha venido, aquí está. ¿No lo sabíais? Qué raro, vosotros que siempre sabéis lo que va a pasar, que lo sabéis todo de todo, todo sobre todo, siempre todo. Pronosticadores, mamarrachos, inútiles.

Yo quiero hacerme daño pero no quiero que me duela. ¿Me explico? Cualquiera puede tener hijos. Cualquier mujer, claro. Los hombres no pueden tener hijos, menos mal. Si yo fuese un hombre y mi barriga creciese con otro Alfredito huiría, me escondería, correría hasta desfallecer o me sentaría en un retrete y empujaría hasta romperlo, buscaría la manera de sacarlo de mí, quizá me metería un anzuelo y pensaría en lo bonito que es pescar, usaría mi fuerza contra la fuerza de la naturaleza, me abriría en dos como a una bestia, la bestia herida y desorientada, en la noche de los bosques, que cae en mis brazos y yo la acaricio y la abro con los dedos y le extraigo esa vida invasora que ocupa un lugar prohibido en mi vientre, la sostengo y la acuno, soy mecedora y luego la echo al fuego, donde puede iluminar, donde puede darme calor. Pero yo soy una mujer y voy a cuidar de mi niño. Voy a cuidarlo dentro de mi barriga, y cuando salga de aquí voy a cuidarlo igual o mejor y no dejaré que nadie le haga daño. Y si mi hijo quiere un padre encontraremos uno, uno para siempre o solo para una temporada. Un padre a ratos, un padre para cada bosque. Un padre ciego, que no pueda ver lo que yo he visto. Y si quiere un padre para la eternidad yo puedo ser su padre, su padre brujo.

Comments


  • Grey Vimeo Icon
  • Grey Twitter Icon
  • Grey Instagram Icon

© 2014 por DA

bottom of page