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Sobre el surrealismo

David Aller

Dado que todo intento taxonómico se presta a enmiendas razonables, quizá lo único realmente indudable en esta historia sea que la revolución surrealista se oficializa en 1924, cuando André Breton publica Manifeste du surréalisme. Los comienzos del movimiento se sitúan una década atrás, con la entrada en crisis de los modelos burgueses decimonónicos –realismo, naturalismo, figuración– y la fuerte reacción expresionista. Por ello, podemos estudiar las influencias recientes del movimiento pero debemos tener presente que manifestaciones concordantes con los preceptos surrealistas las ha habido siempre. Breton señala en el primer manifiesto que autores como Heráclito, El Bosco, Brueghel, Nerval o el mismo Gaudí «merecen ser puestos en la línea de precursores del surrealismo» (Gullón 2006: 3).

A finales del XIX y principios del XX se vislumbran los primeros síntomas de que la concepción artística está cambiando. Agotado el romanticismo, era el momento de que nuevas visiones acapararan la escena artística, pero la reacción antirromántica se vio pronto interrumpida por las propuestas posrománticas que reubicaban de nuevo al hombre en el centro de todo, el regreso al subjetivismo del que el surrealismo será estandarte. En los años 20 todo el edificio tradicional se ha derrumbado. Esta labor destructiva tiene su origen en el expresionismo, el modo que surgió en Alemania para responder a la disolución romántica. En este contexto, se produce la confusión entre surrealismo y dadaísmo, que se clarificará a partir del manifiesto y el aislamiento estético del grupo de Breton. Ambos movimientos surgen en un momento en el que a los avances científicos se unieron los descubrimientos que trajo consigo el psicoanálisis, y que pusieron el mundo conocido bajo una rigurosa observación: era el tiempo de liquidar la razón, de apostar por la imaginación, de indagar en lo oculto. El surrealismo defendió una nueva realidad que estaba en el subconsciente y a la que solo podía llegarse a través de él. Por su influencia y, sobre todo, por su carácter brutal y transgresor, por la bibliografía generada, fue el movimiento artístico más asombroso del XX.

El surrealismo es uno de los grandes hitos de la historia del arte y, para muchos, la mayor aventura artística del XX. El surrealismo no solo consistió en una severa contestación a los movimientos artísticos que se basaban en una concepción realista y naturalista del mundo, sino la de todos aquellos cuya razón de ser no fuese cuestionarlo absolutamente todo. El surrealismo llegó para desmontar al hombre, para demostrar que el hombre conocido era una construcción, un producto, y que el verdadero ser estaba oculto. Para ello, el surrealismo planteará una doble revolución, la estética y la política. Para su alto cometido estético se valdrá de un feliz hallazgo, la escritura automática, que será la llave que permitirá al nuevo artista acceder al mundo del subconsciente, de la imaginación y de los sueños. Al subvertir las leyes lingüísticas, la nueva escritura libera al hombre de sus compromisos morales, éticos, sociales, políticos y religiosos: le concede al hombre la novedad del espíritu.

En el primer manifiesto del surrealismo, Bretón señala que el automatismo psíquico debe conducir al «dictado del pensamiento con ausencia de todo control ejercido por la razón y fuera de toda preocupación estética o moral». Pronto cambiará de opinión. La revolución estética conducirá, irremediablemente, a una revolución política. Los fines puros del movimiento, el trasfondo del arte por el arte, la libertad que creían poder concederle al hombre, se complicaban ante la tesitura de adoptar o rechazar un compromiso político: el surrealismo fue, en todo momento, una cuestión moral. Pronto se reveló que el rechazo de Breton a la negación extrema de Tzara se debía a que no adoptaba una postura moral. Breton consideraba que el arte debía tener un propósito, un fin que se justificase en la defensa de un cierto concepto del bien. Esta apuesta fue el desencadenante de que el movimiento deviniese en una caza de brujas: no adoptar el credo comunista era motivo de expulsión y rechazo. Las adhesiones políticas y la fuerza interior del movimiento devinieron en una cierta obsesión: la magnitud del descubrimiento superó a sus integrantes. El ansia por dominar a la criatura se transformó en totalitarismo. Romper las reglas y transgredir cada ley preestablecida consagró el establecimiento de nuevas reglas: el surrealista no podía salirse del surrealismo.

¿Es el arte surrealista posible? La gran batalla artística del XX fue demostrar que podía cumplirse el gran anhelo de un arte puro, de un arte replegado sobre sí mismo. Cumplir el sueño del arte por el arte. Lograr la materialización del deseo. Pero cambiar los medios de expresión también conllevaba cambiar los medios de recepción. Surgió entonces la persecución al ojo físico, y la necesidad de suplantarlo por el ojo mental, por el inconsciente óptico. ¿Cómo despertar este ojo dormido, inexplorado? El concepto del deseo inherente al movimiento hallará un lugar para su desarrollo: el objeto. En el objeto el surrealismo se conocerá y definirá a sí mismo, despertará esa manera urgente de ver. El objeto encontrado representará una nueva mirada sobre el mundo. Al surrealista empezará a interesarle todo, porque el objeto, en su cotidianidad, en su normalidad, está también inmovilizado por leyes y reglas que le otorgan su existencia mediante la convención. Será tarea del artista romper esas restricciones y poner al objeto en el punto de mira del deseo. Al analizar las escenografías surrealistas pondremos atención al valor recobrado por el objeto.

Pese a las controversias políticas y las cuestiones personales que empañaron su desarrollo, el surrealismo legó una auténtica revolución estética. De origen literario, la nueva poesía extendió su vasta influencia a la pintura, a la escultura y al cine. La música iba por delante. Pero ¿y el teatro? El teatro no será ajeno a todo esto. Como arte vivo conformado por signos verbales y no verbales, como proceso de comunicación inmediato que reúne estructuras dinámicas y estáticas, ha recibido la herencia y la revolución surrealista desde un doble plano: el del texto, la dramaturgia, el surrealismo literario, y el de los demás signos que lo integran, reconfigurados especialmente a partir de la escultura, la pintura, la iluminación y el vestuario, materiales sobre los que se desarrollará la escenografía surrealista. Por su reinado semiótico será campo de experimentación y también de los más duros ataques. Para Breton, este teatro era irrealizable. ¿Realidad o limitación? Los intentos surrealistas se centraron en ubicar al teatro en la esfera de la imaginación, de los sueños, del ojo mental. Para ello, el espectáculo debía romper las reglas del aristotelismo, fundarse sobre una nueva escritura, sobre la palabra creada automáticamente, y colocar los materiales del nuevo discurso y de la nueva corporalidad en un espacio no convencional. ¿Qué espacio era este? La escenografía surrealista, la escenografía que preste vasallaje a un espectáculo surrealista, debe encontrar un lenguaje propio. Para ello, no sabemos si le bastará con reunir y ensamblar los lenguajes procedentes de las demás artes, o si deberá ir más allá y encontrar soluciones propias, desentrañar por su cuenta el misterio de la superrealidad.

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