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Éxodo

David Aller

(Una silla en el centro del escenario, donde está sentada SIETE. A la derecha hay una pareja, UNO y DOS, sentada en el suelo. A la izquierda del escenario vemos dos parejas, TRES y CUATRO por delante y CINCO y SEIS más centradas, también sentadas en el suelo. Las parejas están inmóviles, con la cabeza inclinada).

 

SIETE.– Hola. Mi nombre no importa. Mi origen tampoco importa. Tampoco importa lo que piense. Importa lo que hago. Estoy huyendo. (Pausa). Os preguntaréis, ¿si huye por qué está sentada? Porque huyo de mí misma.

 

(Después de una pausa el foco pasa de SIETE a UNO y DOS).

 

UNO.– Mañana habremos llegado. Abrígate bien, tu padre estará esperándonos.

 

DOS.– ¿Y si no está?

 

(La primera pareja vuelve a estar inmóvil, la atención pasa a la siguiente).

 

TRES.– ¿Y nuestra casa, crees que seguirá en pie?

 

CUATRO.– Aquella ya no es nuestra casa. Ya no hay nada nuestro.

 

(Nuevamente, se pasa de TRES y CUATRO a CINCO y SEIS).

 

CINCO.– ¿Y si no nos entienden? Yo no hablo ese idioma. ¿Qué vamos a hacer? ¿Habrá talleres de cestería? ¿De qué vamos a trabajar?

 

SEIS.– Lo siento, no me apetece hablar.

 

(Las parejas vuelven a su posición inicial).

 

SIETE.– No soy la única. Ellas también huyen. En realidad todavía no huyen. Es solo una representación de lo que les va a pasar. Huirán, pero todavía no lo saben. Ni se lo imaginan. De momento todas ellas son felices, con sus más y sus menos. Como casi todo el mundo. Es curiosa la felicidad, ¿verdad?

 

(Las parejas se ponen en pie y empiezan a hacer cosas. Al principio no se mueven del espacio que tienen asignado. Luego se reparten por el espacio escénico, coinciden, se paran).

 

UNO.– Oye, hija, ¿aquellas chicas no son las amigas de tu hermano?

 

DOS.– La de la derecha es la que le gusta.

 

CINCO.– Mira, tu suegra.

 

SEIS.– Calla, te va a oír. Además no me conoce.

 

(UNO y DOS pasan por el lado de CINCO y SEIS, no se dicen nada).

 

SEIS.– Venga, corre, los chicos ya habrán llegado al río.

 

CINCO.– Espera, no seas impaciente.

 

(CINCO y SEIS salen de escena, TRES y CUATRO se cruzan con UNO y DOS).

 

CUATRO.– Hola, UNO, qué mayor estás. Mi hijo es un garbancito a tu lado.

 

DOS.– Ya eres una chica, ¿verdad? ¿Qué tal vosotras?

 

TRES.– Muy bien, genial, me caso el próximo verano. (Extiende la mano y enseña el anillo de pedida).

 

UNO.– Ay, qué alegría. Mis hijos no hay manera de que casen.

 

CUATRO.– Pero si son muy jóvenes…

 

DOS.– Mamá, nos tenemos que ir…

 

UNO.– Ah, pues es verdad. ¿Nos acompañáis? Háblame de él, soldado, ¿verdad?

 

TRES.– Banquero, es un sol…

 

(Las dos parejas salen de escena. SIETE se queda sola).

 

SIETE.– No lo han dicho, pero me apetece que lo sepáis. UNO aborrece el matrimonio. A DOS le gustan los cuentos de Roald Dahl. TRES no se habla con su madre desde hace un año. Al prometido de CUATRO no le gusta que ella salga con sus amigas. CINCO todavía no sabe lo que le gusta, y eso la asusta. SEIS se gusta a sí misma. Viven en un país que es bonito. Vivían, y era bonito. Y ahora se tienen que ir. Se tuvieron que ir. Ya se fueron. ¿Queréis saber por qué?

 

(Entran todas en formación, un grupo de seis. Son agentes represores, soldados. Representan el poder. Hacen una coreografía, emiten sonidos guturales, cantos de trote militar. Están hambrientas, ansiosas, encarnan la violencia y el sinsentido de la fuerza).

 

SIETE.– (Se pone en pie). ¡Alto! Quiénes sois. ¡Identificaos!

 

UNO.– Yo soy los diamantes.

 

DOS.– Yo soy el petróleo.

 

TRES.– Yo soy el poder.

 

CUATRO.– Yo soy el hombre.

 

CINCO.– (Con orgullo, con superioridad). ¡Yo también soy el hombre!

 

SEIS.– (Hace una pausa, examina a sus compañeras). Yo soy Dios. (Silencio. Todas la miran asustadas).

 

SIETE.– (Señala el camino de salida y ellas se marchan. Cuando se queda sola se sienta de nuevo). Yo creo en Dios. Creía en Dios. Creí en Dios hasta que me senté en esta silla y empecé a escapar. Ahora ya no creo en nada.

 

(Vuelven las seis. Entran de dos en dos. Se colocan como al principio, pero de pie).

 

CINCO.– ¿Escuchaste la radio? Ha habido un golpe.

 

SEIS.– Voy a llamar a mi padre, trabaja en el Ministerio.

 

UNO.– Recoge todo, no hay tiempo que perder. En dos horas habrá toque de queda.

 

DOS.– (Eleva el tono). Tengo hambre.

 

TRES.– Las fotos, por favor, no te olvides de las fotos.

 

CUATRO.– Los álbumes pesan mucho. Escoge un par de ellas, no podemos llevar más.

 

SIETE.– ¡Alto! Marchaos. Abandonad vuestras cosas. Os tenéis que ir ya. (Se levanta y las empuja). Largo, os espera el hambre, la suciedad, el frío, el rechazo, la pérdida, el dolor, la miseria. ¡He dicho fuera, os espera la pérdida y la miseria! (Les grita en la cara).

 

(Las seis se quedan paralizadas. Obedecen y se marchan. Salen en fila india, despacio, resignadas. SIETE vuelve a sentarse. Se serena).

 

SIETE.– ¿Entendéis, ahora? Yo sí, lo entiendo: vivo en un país con una buena educación, con buenos servicios sociales. Hay que pagarlos, pero yo puedo pagarlos. Vivo también en un país con buenos periódicos. Ellos me informan de lo que pasa. Es necesario que esa gente no entre en nuestro país. Son seres conflictivos, ¿no lo habéis visto? La hija le contestó a su madre, se visten y hablan diferente, y creen en un Dios que no es el nuestro. Cualquiera que lea nuestros periódicos sabe que eso es peligroso.

 

(Aparecen las seis. Ahora están en una embarcación).

 

DOS.– ¿Falta mucho?

 

CUATRO.– ¿Es aquello la costa?

 

SEIS.– Mirad, ¡otro barco!

 

(Surge la ilusión, todas miran el horizonte sobre la cubierta de la embarcación).

 

SIETE.– Falta poco. Sí, ella tiene razón, es la costa. La costa de mi país. Y sí, ven un barco, un barco de pescadores de mi país. ¿Sabéis qué estoy pensando? Que en el fondo me aliviaría que pasase algo. No le deseo el mal a nadie, soy una persona pacífica, pero también soy inteligente, y es la mejor solución. Para ellas y para nosotros. Debemos protegernos, aquí solo serían desgraciadas. (Se levanta, el cuerpo y la voz). ¡Que vengan olas!

 

DOS.– El barco se mueve mucho, tengo miedo.

 

UNO.– Agárrate bien, tranquila.

 

CINCO.– Quiero volver a mi casa, me gusta mi casa.

 

SEIS.– (Desgarra). Nooooooooooooooooo.

 

SIETE.– Sí, sí, sí. ¡Que venga una tormenta, que se haga la furia!

 

(Las seis se caen de la embarcación, el mar las lleva. Luchan por no ahogarse, tienen miedo. El mar las lleva y salen de escena).

 

SIETE.– Ya está, un problema menos. Nadie preguntará por ellas, nadie reclamará sus cuerpos. Ya dije que en mi país recibimos una buena educación. Después de este apuro decidí ser profesora. Es importante enseñar a nuestros hijos verdaderos valores humanos. Es importante proteger a tu país de las amenazas. Todavía no lo sé, pero al final todo esto se volverá en mi contra.

 

(Entran las seis, que de pronto son niñas, y se sientan alrededor de la profesora, en corrillo).

 

TRES.– ¿Y entonces, por qué ocurrió eso? Menos mal que nos libramos…

 

CINCO.– ¿Iban a quitarles el trabajo a nuestros padres?

 

CUATRO.– ¿De verdad eran tan peligrosos?

 

SIETE.– Somos un gran país, sabemos cuidarnos los unos a los otros, por eso los expulsamos. No permitiremos que entren. Defenderemos lo nuestro, siempre.

 

(Las seis se levantan y empiezan a festejar. «No van a entrar, no van a entrar, no les dejaremos entrar, así como quieran venir se irán». Cantan y son felices. SIETE está orgullosa de sus alumnas, está radiante. Las seis salen de escena mientras bailan).

 

SIETE.– Yo era una buena profesora. No puedo entender lo que ha pasado, todo iba bien…, no podía ser tan difícil que todos pensáramos igual. Ahora no sé adónde ir. (Su gesto se vuelve duro, serio. Mira instintivamente a los lados, nivel de alerta). ¿Lo escucháis? (Empieza a sonar una sirena. Las seis se acercan despacio, muy despacio, emiten el ruido de sirenas). Es la policía militar. La Policía de mi país ya no me protege. Ahora me persigue. El mes pasado hubo un golpe, mi Gobierno cayó. Estamos en guerra, y esta es mi casa. Mi casa pronto será una escombrera, y nadie limpiará la sangre.

 

(Las seis se ponen detrás de SIETE. Cruzan los brazos y empiezan a recitar «El mar contiene al mundo», de Rosa Acquaroni: El mar contiene al mundo / no nos deja olvidar / pues cada ola / es un recordatorio / bramando / nuestra muerte / hacia la orilla).

 

SIETE.– Ya no puedo huir por más tiempo. Debo terminar de huir. (Saca una pistola del pantalón, se la mete en la boca. Cierra los ojos. Se baja el telón).


 

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© 2014 por DA

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